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Ritos de ámbito doméstico y local

Ritos de ámbito doméstico y local

Casa y vecindario se consideran como unidades nucleares de la estructura social, ideal autárquico que se traduce a nivel simbólico por un corpus de creencias y de ritos estructurados en torno a la defensa metafísica de estas instituciones elementales. Actualmente, tales creencias, vigentes hasta épocas recientes, están desvaneciéndose y sus manifestaciones simbólicas y rituales apenas cumplen otras funciones que las de expresar, la adhesión a lo tradicional.

Para proteger la casa contra la tormenta y el rayo se colocaba en los dinteles de las puertas eguzki lore (flor de cardo), una rama de roble cortada la mañana de San Juan, o crudes hechas con espino albar en puertas y ventanas de la casa o en sus heredades. También se quemaba con idéntica finalidad ramolorio (laurel) en el fuego doméstico. Análoga función han desempeñado las hachas de sílex y fósiles (tximistarriak o piedras del rayo), la candela bendecida y el agua bendita (Azkue, 1957: 1,165-175; Barandiarán, 1972:1, 18, 1 86-1 87).

Algunos ritos lustrales constituyen el contrapunto simbólico de los vínculos sociales primarios entre grupos domésticos. A título de ejemplo, la traída por los niños de fuego nuevo bendecido de casa en casa ha sido objeto de rituales formalizados, constituyendo una expresión más de vinculación colectiva y solidaridad entre grupos domésticos, incluso en poblaciones urbanas de Gipuzkoa. Al tiempo que se enciende el fogón con esteixua o su berria de Sábado Santo, es lanzado fuera de casa el que ardía antes en el fogón. En otras zonas, el fuego del hogar se renovaba por Gabón (Nochebuena), mediante un tronco —gabonzue o subillaro— colocado en el mismo de forma ritual (Barandiarán, 1972: 1, 92, 219). Existe la creencia de que con el fuego viejo se expulsan simbólicamente de casa todos los males, en tanto que el fuego nuevo acarrea bendiciones. El fuego doméstico ha sido considerado como genio del hogar, símbolo de la casa y ofrenda dedicada a los antepasados. Se le atribuía el poder de inmunizar la casa contra las asechanzas de maleficios y de convertirla en refugio seguro contra los poderes nocivos de brujas y de númenes.

En Gipuzkoa y Navarra, las fórmulas de conjuro dirigidas contra los nublados piden protección para la propia casa y/o auzoa, y que descargue su furia en otro pueblo o paraje determinado.

Las hogueras de San Juan desempeñaron análogas funciones de expulsar y destruir los peligros del contorno. Su relación con el fuego doméstico y del agregado social elemental de la familia con la comunidad local, la evidencia un proverbio relativo a los fuegos solsticiales: «Gabonetan txapan eta Sanjuanetan plazan» (Por Navidad en el fogón y por San Juan en la plaza). El fuego pauta las fases estacionales de la sociedad rural vasca, desde la intimidad y clausura doméstica del invierno hasta la extroversión y efervescencia festiva del estío.

Se le atribuye a las hogueras el poder de quemar las fuentes de peligro para lo humano —brujas, ladrones, culebras—, así como también el de expulsar la sarna y el mal hacia el pueblo o territorio inmediato (Satrústegui, 1980: 79-82). Pero, perdida ya su plausibilidad conjuradora, el ritual lustral se reduce a expresar las diversas segmentaciones de la estructura socioespacial —casa, barrio, pueblo—, mediante las correspondientes hogueras, sin las connotaciones protectoras de antaño.

Pero la expresión simbólica más neta de preservación del orden cósmico local son las campanas, símbolo expresivo de la unidad mística de la parroquia o de la ermita. Las campanas se hacen tañer cuando se acerca alguna tormenta, e incluso durante el período comprendido desde la Santa Cruz de Mayo (día 3) hasta la de Septiembre (día 14), época nuclear del ciclo agrario. En algunos pueblos de la Montaña Alavesa, la erección del mayo tiene un significado añadido como protector de las cosechas y del espacio local, desempeñando determinados símbolos adheridos al mismo la función de conjurar las tormentas (Homobono, 1982: 97).

El ceremonial de rogativas o letanías, celebrado a fecha fija en torno a la Ascensión, se efectuaba desplazándose en comitiva procesional hasta un montículo desde el que se bendecían los campos de los cuatro puntos cardinales. también acudiendo el sacerdote con el vecindario hasta una o varias ermitas locales, generalmente tres. En algunos pueblos se rodeaba el término amojonado con pequeñas crucecitas, o bien la procesión recorría los límites. Estas presuras simbólicas del espacio local responden a la necesidad de garantizar el orden cosmológico, de propiciar la óptima ejecutoria de las fases del ciclo agrario, asegurando la protección de todo el ámbito comunitario.


José Ignacio Homobono, Ámbitos culturales, sociabilidad y grupo doméstico en el País Vasco, Revista de Antropología Social, n.0 0, 83-114. Editorial Universidad Complutense. Madrid, 1991